En esta ocasión nos acercamos a la casa de Antonio Luján Naveros para charlar con él de su historia.
Me encuentro a un hombre íntegro. Está cansado y ligeramente aturdido por un maldito tratamiento médico que le desespera. Al verme se remueve en su sillón, sus ojillos reflejan dolor y alegría, todo en uno. Le ofrezco mi mano y él me ofrece la suya, pero no puede separarla de sí y una mueca de agrio dolor se dibuja en su cara “esta mano no responde, la muy pu… me tiene frito, haría falta cortarla y tirarla por ahí…”. Me siento junto a él y le confiero unos segundos para reponerse antes de empezar nuestra charla.
María Olimpia (su hija mayor) y su mujer quedan en otra habitación y se prestan por si necesitáramos algo. Al fin estamos solos él, uno de los últimos arrieros de los antes, y yo, que por edad no se casi nada de lo que él sí sabe. El sombrero le adorna la cabeza como siempre. Su semblante dice muchas cosas que su boca dice no recordar o no poder decir “Rafa, estoy muy desmemoriado y no sé si es de las medicinas o de que estoy chocheando como los viejos…”
“Nací el mismo día que estalló el movimiento: el 18 de Julio de 1936, aquí en Arenas. Aquellos fueron años malos, años de hambres y de fatigas, pero yo era pequeño y no me enteré muchos gracias a Dios y a mis padres...” Sus palabras nacen cansadas de su boca. Casi sin fuerzas. Con enorme decisión pero apagadas. “En aquellos tiempos las cosas eran como eran. La escuela había cuando había. Si encartaba ir al campo o cualquier cosa precisa, pues no íbamos. Así era la vida. Mis primeras faenas eran guardar guarros, dar de beber y comer a las bestias, cosas así.”
En 1958 con 22 años se fue al servicio militar en Ceuta. Aquellos dos años fueron difíciles para Antonio, la distancia y la extrañeza del lugar forjaron en él un fuerte y decidido instinto de supervivencia.
Un par de años después de la milicia se casó con María Oliva Almenara: “Antes no había discotecas ni sitios para divertirse como ahora pero nosotros íbamos a los bailes. Algunos organizaban esos bailes en las casas de la gente y nos lo pasábamos muy bien. En navidad, semana santa y en la feria bailábamos. Y si no, paseábamos por la carretera, si tu madre te daba permiso, si no, nada.” María ha entrado en nuestra conversación y ayuda a recordar a Antonio algunas cosas de las que hacían entonces. María es muy buena gente. Nunca la he visto enojarse ni discutir con nadie. ¡Ni siquiera con Antonio! “¿Te acuerdas cuando farfollábamos maíz? Sí, por la noche nos juntábamos y a la luz de un quinqué de petróleo o de gas y hablábamos y limpiábamos las panochas de maíz. Cuando nos cansábamos se apagaba la luz y a dormir.”
Cuando le pregunto a Antonio sobre las cosas que añora de su juventud es claro y contundente:
“…Más respeto, como la mitad por mitad. Antes los niños éramos muy malísimos, muy traviesos. Pero había un respeto a los mayores y a nuestros padres. Cosa que hoy no existe. Hoy cualquier niño en la calle avocea o insulta a un viejo y no pasa nada. Eso antes era impensable. Yo le daba una mala contestación a un adulto y sabía muy bien lo que me esperaba.”
Pregunto acerca de los trasportes de la época y de la asistencia médica.
“Antes había algunos coches, pero muy pocos y los que los tenían lo usaban a su conveniencia como el lógico. Cuando íbamos a Alhama lo hacíamos andando o en bestias. Se tardaban dos horas y media en llegar y otro tanto en volver. A Granada también iba la gente andando y echaban el día entero.” Interviene María recordando sus partos “mi Olimpia nació aquí en Arenas después de tres días de parto. Lo pasé muy mal. Mi Antonio nació en el hospital porque me llevó D. Rodolfo. Me vio que estaba mal y él mismo me llevó con su coche. Menos mal…”
Si tuviera que darle un consejo a sus nietos, ¿qué le diría? Le pregunto:
“La vida pasa muy rápido. Tienen que mirar por la vida mucho más de lo que se mira hoy día…Mirar por la vida es mirar bien a los otros, tener respeto por las personas. Yo lo veo todo muy equivocado. La educación no tiene que ver con los dineros. Antes había muchas más educación que ahora, en la casa de los pobres y de los ricos. Yo lo veo todo muy equivocado.”
Antonio está cansado y doy por terminada nuestra charla. Su familia está con él en su casa. Mientras comento con sus hijos algunas cosas él cierra los ojos y dormita haciendo ímprobos esfuerzos por no dormirse. Está agotado y finalmente se rinde y se retrepa sobre el sillón. Ahora un hombre descansa. Está en su casa y su familia le acompaña.
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